
Por: Ernesto González, Licenciado en Ciencias Pedagógicas
En la institución para la cual trabajaba, se solían realizar al inicio de cada semestre seminarios con el personal docente, relacionados a temas diversos en el ámbito pedagógico, como nuevas tecnologías y metodologías, cuyos seminaristas más allá de demostrar sus amplias experiencias, tenían motivación.
Se desarrollaban dinámicas que involucraban a los participantes, arrastrando sonrisas, manos que se levantaban para opinar e indagar. Prácticamente las casi dos horas se iban “en menos de lo que canta un gallo”; sin embargo hubo un seminario que ocasionó discrepancias.
Los dos facilitadores demostraron con lujo de detalle un sinnúmero de actividades basadas esencialmente en juegos pero para estudiantes de la enseñanza media, es decir, entre 12 y 15 años de edad. Nos mostraban videos de cómo comenzaron los estudiantes y como concluyeron, generando en los mismos cambios de conducta.
Exponer, opinar y la pérdida del temor en compartir sus ideas, realizando aportes a problemas y sus posibles soluciones fueron las vías para lograr esto. En lo personal consideraba que la actividad cumplió su cometido ampliamente.
Cómo se aplican a estudiantes universitarios
Algunos de los docentes participantes manifestaron no estar de acuerdo con este método. Comentaron que esas actividades no eran propias para estudiantes universitarios.
No compartí esa opinión por varias razones: en la actualidad hay estudiantes que ingresan al primer año de la carrera con 15 o 16 años, lo cual no es factible que un estudiante tras haber finalizado el bachillerato, dos meses después al ingresar a la educación superior haya madurado lo necesario para ser más serio en el aprendizaje y no “jugar en clase, ya que la universidad es otra cosa”.
Como parte de mis funciones me correspondía observar clases (acompañamientos) a profesores de estudios generales (asignaturas básicas: Comunicación y Lenguaje, matemática básica, sociología, filosofía, antropología y otras) donde aprendía cada día más, obviamente unas clases más relevantes que otras, pero siempre me atraían aquellas que rompían la tradición de iniciar la clase planteando: “Buenas días o tardes, ¿hicieron la tarea? Y el tema o asunto que nos corresponde hoy es el siguiente…”.
¿Qué hacían que era diferente?, ¿Daría así la clase un giro de 180 grados?, ¿Saludaban e indagaban cómo se sentían o que libro estaban leyendo como parte de la cultura general?
No preguntaban qué habían hecho el fin de semana, qué les había llamado la atención, entre otras cosas. Inclusive a partir de los que contaban los estudiantes, el o la docente por arte de magia, retomaba el título de la clase.
Recientemente en un vídeo educativo en las redes sociales, apreciaba una fila de estudiantes para entrar al aula, pero previo a ello tenían que seleccionar (tocando) en un mural: dos manos, un corazón y una nota musical. De seleccionar las manos, con la profesora a la entrada chocaban las mismas; de seleccionar el corazón la abrazaban, en el caso de la nota musical, bailaban. En todos los casos se mostraban sonrisas y con ello, cambios de conductas emocionales (para bien) en el comienzo de una clase.
¿Viable para estudiantes universitarios? Categóricamente sí, ¿qué haya que cambiar la dinámica?, es posible. ¿Le parece inoportuno que le abracen, chocar las manos o bailar? Al menos a mí me encanta la música.
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