Por: Ramón Yglesias Piza, abogado
Desde hace tiempo he meditado una parte del Evangelio de San Lucas que me ha causado gran impacto. Recientemente, ante la aflicción de personas cercanas y la muerte de familiares que han experimentado algunos amigos, la meditación ha sido aún más intensa.
Nos relata San Lucas en su Evangelio que, en una ocasión, Jesús atiende a unos visitantes que le cuentan de un acto atroz cometido por Pilato contra unos judíos y pareciera que estos lo plantean como un castigo de Dios a las víctimas por su maldad. Jesús interrumpe inmediatamente y les aclara que no, invitándonos a todos a una conversión sincera a Dios. Pero a continuación relata una parábola:
Un hombre tenía una higuera en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo. Córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde». Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás».
Me sorprende que Jesús habla de poner “estiércol” a la higuera para que dé fruto. En el siglo I el estiércol debe haber sido uno de los abonos más usados, pero seguramente había otros. En todo caso, Jesús habla de estiércol (hay otras traducciones que hablan de abono); y me quedo con esa palabra.
Hace poco he acompañado a algunos amigos que han enfrentado la enfermedad de algún familiar, ciertas contrariedades e incluso la muerte de seres queridos. Todo esto me ha puesto a pensar en esta parábola. Me he preguntado si el dolor, la enfermedad, las desgracias y la muerte misma no serán el abono, el estiércol que necesitamos en nuestra vida para dar fruto o para mejorar el fruto.
Supongo que todos -no solo yo- le pedimos a Dios que nos aleje del mal, que haga fructífera la obra de nuestras manos, que nos provea lo necesario para las necesidades de la familia y las nuestras -así en ese orden-, que nos permita una vida feliz con Él y que nos permita acompañarle para siempre en el Cielo. Sin embargo, es probable que las contrariedades no sean necesariamente desgracias y más bien podrían ser refuerzos adicionales, podría ser el estiércol, el abono que necesitamos para dar fruto o dar mejores frutos.
Aunque parezca paradójico, pueden ser manifestaciones del amor de Dios por nosotros. Por ejemplo, la enfermedad propia podría servirnos para mejorar algunas cualidades que no hemos atendido y que necesitamos. También es posible que nuestras adversidades estén orientadas a ayudar a otros. La enfermedad de un familiar cercano pueda servir para que nosotros reconsideremos ciertos aspectos de nuestra vida; para valorar mejor la amistad, para replantearnos ciertos valores que hemos establecido o simplemente para acercarnos más a quien sufre y experimentar su cercanía y cariño. Tal vez también para facilitar nuestra entrega a los demás, que siempre da mucho fruto y nos produce tanta alegría.
La experiencia de la muerte, por ejemplo, no es una desgracia en sí misma para quien la sufre; porque nuestra vida no termina, se transforma y ese paso nos permite experimentar la plenitud de la vida eterna. En todo caso, para quien muere todo está resuelto. Sin embargo, para los que quedamos aquí sí puede representar un fuerte impacto, un choque, una adversidad inexplicable que estimamos injusta.
La muerte de un ser querido nos enfrenta primero con nuestros propios miedos. Nos lleva a revisar las relaciones con esa persona, nos invita a arrepentirnos de las posibles torpezas y a valorar mejor los momentos que disfrutamos. También nos permite perdonar lo que haya ocurrido; en ese momento ya no vale la pena cuestionar nada, sino pedir perdón a Dios y aceptar ese perdón para sanarnos nosotros mismos.
Por alguna razón que desconocemos, nuestro amor está determinado por la entrega y la entrega está a su vez íntimamente relacionada con el dolor: sólo duele cuando amamos.
Obviamente nadie va a buscar la contrariedad y el dolor por puro gusto. Eso sería extraño. Pero tenemos la capacidad de darle a las contrariedades, al dolor y a la muerte un enfoque y un valor distintos, recibirlos como una oportunidad para mejorar, aprovecharlos para amar. Dice un refrán popular que se aprende más de las derrotas que de las victorias y así, aunque no estemos buscando las derrotas, las podemos aprovechar. Pido a Dios que nos aleje de las contrariedades y de los males, pero si tuviera que recibirlos, tengo la opción de aprovechar el dolor que me producen, como abono para mi bien o del otro.
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