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Ni dioses ni bestias

Somos animales políticos en todos los ámbitos sociales. Quien dice no tener convicciones se cree un dios o una bestia.

Por: Ramón María Yglesias, Abogado
En la política, como en cualquier actividad humana, el hombre participa con toda su identidad. No es posible una participación parcial o incompleta; pues entonces se trataría más bien de una participación deshonesta, donde se oculta una parte de la identidad. Si ese ocultamiento se hiciera para ser aceptado por otros, sería un indicio de corrupción.

Según Aristóteles el hombre es un “animal político”; pero ese carácter no se refiere solamente a la participación en la gestión de gobierno, sino a la cualidad esencial del hombre que naturalmente tiende a vivir en una sociedad organizada por valores morales y principios de conducta que él mismo reconoce y establece.

Para Aristóteles, la cualidad esencial del hombre es su aptitud moral, la capacidad para discernir el bien y el mal. Pero esa cualidad tiene dos presupuestos también innatos: la libertad y la razón. La capacidad para definir el bien y el mal requiere que la razón ilumine las consecuencias de la conducta y la libertad permite que la actuación sea autónoma, soberana.

La capacidad moral permite al hombre vivir en sociedad organizada, donde existe un orden social de la conducta que restringe ciertos actos prohibidos. A partir de ese régimen básico moral, se va construyendo todo un ordenamiento normativo y una estructura que le da fortaleza y sustento. Así surgen los diferentes niveles de organización: la familia, la vecindad, el país, etc.

Aunque cualidad moral es innata del individuo, tiene una proyección social. No es posible una moral individual (como pretenden ahora algunos) precisamente porque la moral está orientada a ordenar la vida social y en ella se manifiesta.

Pero ese carácter moral revela también otra cualidad innata del hombre que es la trascendencia, que es la tendencia a superar el mundo físico sensible para barruntar las realidades metafísicas que justifican precisamente nuestra existencia y nuestra cualidad moral: ¿por qué existimos? Es indudable que somos criaturas porque ninguno de nosotros se creó a sí mismo, entonces ¿quién nos dio la existencia? ¿Por qué y para qué? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué pasa después de la muerte con la parte metafísica (la que no vemos) de nuestra existencia?

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El planteamiento de éstas y otras preguntas (tal vez más interesantes que las que planteo) nos imponen la necesidad de considerar una realidad trascendente, que se manifiesta en la religión. Esta cualidad explica nuestra aspiración a la perfección, a la felicidad (que no es el placer), a la bondad, a la belleza y nutre muchas de nuestras convicciones morales.

Siendo entonces que la identidad del hombre comprende estas cualidades (su realidad corporal, su capacidad moral y su aspiración trascendente) que le son innatas, no podemos pretender que la actividad humana pueda prescindir de alguna de ellas en su interacción social. Es más, la actuación de la persona debe ser íntegra, sólida, haciendo valer toda esa identidad y sin prescindir de ninguna de sus facetas. Una actuación parcial dejaría de ser íntegra y honesta.

Por eso, no es justificable obligar a las personas a prescindir de sus convicciones religiosas y morales cuando intervienen en la sociedad, cualquiera que sea el ámbito en que se de: la familia, el grupo, la asociación, la comunidad, el estado. Actuar prescindiendo de alguna de las cualidades innatas del hombre generaría una disociación esquizofrénica y deshonesta.

Por supuesto que los líderes religiosos tienen el derecho (incluso, la obligación) de llamar la atención sobre aspectos de la conducta de los hombres, precisamente para reforzar la coherencia de nuestros actos y nuestras convicciones, fortaleciendo nuestra integridad. No resulta justo ni razonable impedirlo y menos prohibirlo.

Ahora bien, el hombre también utiliza la razón y con esa actividad intelectual seglar, en el intercambio de opiniones va descubriendo el mejor modo de organizar la sociedad. Pero una actuación íntegra exige que esos razonamientos profanos respeten nuestros principios morales y religiosos, aunque se trate de razonamientos lógicos y prácticos.

Por eso resulta muy lamentable y sospechoso, que algunas personas que proponen su nombre para algún cargo público expresen que “no son políticos”, cuando al afirmarlo pretenden evadir cualquier pregunta acerca de sus convicciones morales, ideológicas o religiosas. Se trata de una evasión deshonesta porque es indudable que tienen sus propias convicciones, pero quieren mantenerlas ocultas para sorprendernos con ellas luego de ser nombrados en el cargo.

En el gobierno de un país, no existe cargo que esté exento de valoración “política”; porque quienes ejercen esos cargos son “animales políticos” con sus propias convicciones. Además, quienes tienen la tarea de nombrar tienen derecho de tener en cuenta la correspondencia con sus propias convicciones al hacer el nombramiento. En eso consiste precisamente la cualidad política que Aristóteles reconoce a los hombres. Somos animales políticos en todos los ámbitos sociales. Quien dice no tener convicciones se cree un dios o una bestia.

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