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Mensaje por la tolerancia, la ciencia, el bien y la verdad

Dónde están las minorías históricamente oprimidas levantando la voz

Por: Abie Grynspan, empresario

Entrego este mensaje con la esperanza que alcance a personas de buena fe, que por desconocimiento, han sido permeadas con el odioso discurso discriminatorio que impera hoy día en contra de la población no vacunada. Incluyo dentro de mis destinatarios a: médicos, periodistas y políticos, que con o sin intención, hayan sido victimarios o cómplices del mal que estamos viviendo.

La humanidad está presenciando la que es, posiblemente, la mayor amenaza para la libertad desde que la historia tiene registro. El alcance global y la intensidad abrumadora del autoritarismo que se vive en el planeta nos traslada, a quienes nos atrevemos a ver el peligro, a los peores momentos del siglo pasado.

Censura, manipulación, mentira, propaganda, discriminación institucionalizada y degeneración moral son nuestro pan de cada día.

Nos exigen confiar en la ciencia, pero ¿desde cuándo la ciencia fue cuestión de fe? Nos hablan de una ciencia que censura, de una ciencia que evade el debate y la discusión, de una ciencia que impone. ¡Eso no es ciencia!

No entraré a señalar todos los engaños a los cuales nos han sometido pues creo que cualquier persona atenta comprenderá que son innumerables.

Me limitaré a demostrar con datos porqué cualquier tipo de discriminación está injustificada, y si después de escucharme, usted me da la razón, será su responsabilidad levantar la voz.

Las falacias que cimientan la segregación

Para partir de hechos, es fundamental desenmascarar dos falacias sobre las cuales se ha montado toda la narrativa discriminatoria y represiva.

  1. El señalamiento a quienes deciden no inocularse como si fuesen seres antisociales y sin solidaridad.

Tanto autoridades sanitarias de todo el mundo, como medios de comunicación han iniciado una cacería de brujas en contra de los no vacunados. Con aires medioevales y no científicos señalan a los no vacunados de ser causantes de la plaga, así como hacía siglos se señalaba a alguna minoría por la “peste negra”. Los no vacunados, dicen, son los responsables de que las distintas sociedades no hayan alcanzado la famosa “inmunidad de rebaño”.

La falacia de que al “vacunarnos” estamos protegiendo a los demás y que al no hacerlo ponemos en riesgo a terceros se sigue repitiendo.

Estas inoculaciones no detienen la transmisión, por lo que es una falsedad hablar de “inmunidad de rebaño”.

Una reciente publicación en la revista médica The Lancet, titulada “Transmisibilidad del Sars-CoV-2 entre individuos completamente vacunados”, demuestra que el impacto de la vacunación en la transmisión comunitaria de las variantes que actualmente circulan no difiere significativamente entre vacunados y no vacunados.

Investigaciones científicas han revelado que una vez adquirida la enfermedad, tanto vacunados como no vacunados desarrollan la misma carga viral.

Referente a la incapacidad de la vacuna para controlar la pandemia, un estudio publicado en la Revista Europea de Epidemiología (30 septiembre 2021), concluyó que no existe relación entre los incrementos en los niveles de Covid-19 y los niveles de vacunación. Ese estudio analizó el comportamiento en 68 países y en 2.947 condados de Estados Unidos. Irónicamente, el estudio observa una asociación marginalmente positiva entre los países más vacunados y los casos de infección por millón.

Los datos anteriores deberían ser motivo fehaciente para que detengan la falacia de decir que esta es una “pandemia de los no vacunados” e insistir en que la vacunación es fundamental para generar “inmunidad de rebaño” que prometieron se cumpliría al vacunar al 70% de la población.

  1. Recetar de modo uniforme la vacunación, indiferentemente del perfil del individuo.

La idea de que todos tenemos la misma propensión a experimentar una enfermedad de gravedad o fallecer a causa de la infección, por lo que la vacuna sería la panacea universal, es un gravísimo error que se repite cotidianamente.

A pesar de ser presentado como un virus extremadamente mortal, la realidad es que la tasa de fatalidad mediana por Covid-19 es de 0,23%; en otras palabras, la tasa de supervivencia mediana es del 99,77%.

La afectación causada por este virus es muy distinta según grupo etario y la existencia o no de comorbilidades.

Una persona representativa del grupo mayor a 70 años, tiene 2.000 veces mayores probabilidades de morir con Covid-19, que una persona representativa del grupo que va entre 0 y 19 años, cuya tasa de supervivencia es el 99,9973%.

Considerando lo anterior, es especialmente llamativa la insistencia de las autoridades de salud en forzar la inoculación de niños. Más aún cuando existen estudios que revelan, por ejemplo, que la propensión de que un adolescente masculino de entre 12 y 17 años sea hospitalizado por afectaciones al corazón producto de la inoculación con doble pauta, supera en seis veces la de ser hospitalizado por Covid-19.

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Según la CDC, al 10 abril de 2021, por cada millón de niños menores a 14 años, murieron menos de 2 por Covid-19. Para poner en contexto ese dato y comprender que el riesgo relativo de esta enfermedad para este grupo etario no es alarmante, podemos mencionar que las categorías de: ahogamientos, accidentes de tránsito, homicidios o cáncer, fueron responsables (cada una por separado) de 10 veces más muertes en niños de esas edades que el Covid-19. Para ese grupo etario, la gripe fue una causa de muerte más frecuente que el Covid-19.

Respecto al impacto de la presencia de comorbilidades en los desenlaces fatales de la enfermedad, la CDC reporta que el 75% de las personas fallecidas a causa del Covid-19 tenían al menos 4 comorbilidades y el 78% de los fallecidos tenían sobrepeso u obesidad.

Para terminar de justificar con datos, que lo que se observa son atropellos injustificados y desmedidos, los datos más recientes demuestran que la nueva variante dominante Ómicron representa un 91% menos de probabilidad de muerte para el infectado y un 74% menos de probabilidad de tener que ingresar a cuidados intensivos.

Experimento

Siendo que estas inoculaciones son de carácter experimental y que no detienen la transmisión de un virus que representa riesgos muy distintos para cada individuo según su edad y su estado de salud ¿Es ético condicionar las libertades fundamentales al sometimiento a un régimen de inoculaciones periódicas? ¿Cada cuánto tiempo tendremos que recibir esas inyecciones? ¿Cada tres meses, cada seis meses?  ¿Hasta dónde podemos llegar si permitimos la intromisión del Estado sobre las decisiones de nuestra salud? ¿Será aceptable que nos establezcan un peso meta, un régimen de ejercicios, un esquema de alimentación, o el día de mañana el consumo de sustancias que nos condicionen a ser miembros más obedientes para la promoción de la paz social? ¿Es válido que el Estado, con la excusa de proteger nuestra salud en tiempos de pandemia nos prohíba realizar actividades que considere dañinas para nuestro organismo como fumar o consumir alcohol?  ¿Somos dueños de nuestro propio cuerpo o le pertenecemos a una abstracta “sociedad”? ¿Cuándo dejamos de ser un fin para pasar a ser un simple medio?

Nos dirigimos hacia una sociedad totalitaria

Bien escribió Hannah Arendt, en Los Orígenes del Totalitarismo: “El sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino la gente para la cual la distinción entre la realidad y la ficción, y la distinción entre la verdad y la falsedad ya no existen”.

Paralelismos con la Alemania Nazi

En los peores momentos del siglo pasado, la manipulación social a través de la doctrina del miedo y la reprobación del pensamiento disidente llevaron a la sociedad alemana a la insensibilidad absoluta. Una sociedad que se caracterizaba por su desarrollo cultural y ciencia, se convirtió en lo que hoy se concibe como la sociedad moralmente más decadente de la historia. La medicina y la academia pasaron a ser brazos del Estado. La profesión médica fue la que tuvo relativamente mayor afiliación con el Partido Nazi, el 50% de los médicos alemanes se unieron a sus filas.   La vida humana dejó de ser suprema, y se convirtió en engranaje de un proyecto mayor. La sociedad lo era todo, y la vida apenas algo desechable.

Como es de esperar, la decadencia moral de la sociedad alemana no se dio de un día para otro. Mediante acciones graduales y constantes la sociedad iba asimilando intromisiones estatales mediante mandatos. Se hizo creer que los judíos eran diseminadores de plagas, por lo que en 1938 se niega a los judíos entrar a cines, conciertos, spas como una medida de bioseguridad. Ese mismo año se prohíbe el ingreso de niños judíos a escuelas públicas. En 1941 los judíos son obligados a usar estrella de David. En 1942 a los judíos del Tercer Reich se les prohíbe el uso de transporte público. Esos fueron sólo algunas de las leyes discriminatorias contra la población judía alemana.

Así, los judíos fueron separados de la vida social y económica, y al cabo de algunos años los funcionarios nazis veían con naturalidad la experimentación médica con prisioneros, la eugenesia y finalmente los asesinatos en masa.

Hoy, con la complicidad de la comunidad médica, como en la otrora Alemania, los no vacunados en muchos lugares del mundo tampoco pueden entrar a cines, conciertos, spas, restaurantes, ni hacer uso del transporte público. La justificación de hoy, la misma que hace 90 años: “bioseguridad”, amparada en la arbitrariedad política, carente de sustrato científico.

Para rematar, a las personas que han decidido no inocularse, además de haber pasado a ser ciudadanos de segunda categoría, se les ha condenado al hambre al promover los despidos de sus trabajos.

Un discurso inimaginable hace dos años

Emmanuel Macron, Presidente de Francia, que declaró a los “no vacunados” como “no ciudadanos”, “a los no vacunados, tengo muchas ganas de fastidiarlos. Y eso continuaremos haciendo, hasta el final. Es esta la estrategia”.

Justin Trudeau, Primer Ministro de Canadá, dijo: “Son extremistas que no creen en la ciencia, a menudo son misóginos, también a menudo racistas”. “Es un grupo pequeño que se mete fuerte, y tenemos que hacer una elección en términos de líderes, en términos de país. ¿Toleramos a esta gente?”.

El Dr. Fauci, promoviendo la segregación social de los no vacunados, aseguró que los estadounidenses deberían prohibir que los miembros de su familia asistieran a las reuniones navideñas si no estaban vacunados.

Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, dijo sin tapujos que creará una sociedad de dos clases, donde los vacunados contarán con todos sus derechos.

El Ministro de Salud de Costa Rica, Daniel Salas, también promotor de la segregación, instó a los costarricenses a que en caso de romper su burbuja social lo hicieran con personas vacunadas.

Vemos cómo en Grecia se está multando con €100 por mes a las personas no vacunadas. En Alemania se ha confinado exclusivamente a no vacunados. En Estados Unidos se están negando transplantes a personas no vacunadas. En Francia los estadios de fútbol están a reventar de personas vacunadas, mientras que los no vacunados no pueden ni siquiera sentarse en una terraza a tomar un café… y para el colmo de la ironía, el Museo del Holocausto de Illinois pide el infame pasaporte de vacunación para que quienes quieran aprender de la historia, puedan entrar.

Como judío, descendiente de personas que sufrieron las represiones de la Segunda Guerra Mundial y que perdieron a familiares en el Holocausto, siempre me causó curiosidad cómo una sociedad entera había caído en el hechizo de Hitler. ¿Cómo habían permitido que todo eso pasara?

Confieso que nunca lo comprendí bien, sino hasta ver el comportamiento de las masas en el año 2021. Cómo víctimas de la manipulación y propaganda sufrieron un bloqueo intelectual y moral, y entraron en una aceptación ciega de una narrativa autoritaria y discriminatoria.

Hoy me pregunto: ¿Dónde están las minorías históricamente oprimidas levantando la voz? ¿Dónde quedaron las enseñanzas de la historia?

Lo que más me aterra de todo, es el aplauso oscuro y el silencio cómplice de las masas. Ese trance que envuelve a la humanidad nos podría condenar a repetir historias que creímos, hasta hace poco, superadas.

Si usted decide discriminar lo hace por motivos pasionales y psicológicos, no por la razón ni la ciencia. Si, después de lo que he dicho, usted decide seguir discriminando, aplaudiendo las políticas segregacionistas, o permaneciendo en silencio; le puedo asegurar que usted es víctima de la manipulación y está siendo incapaz de ver el mal y de comprender el tipo de persona peligrosa en la que se pudiera estar convirtiendo.

Por eso, le invito con mucho respeto y consideración a tratar de comprender todos los fenómenos que estamos viviendo desde una perspectiva racional, comprendiendo también las implicaciones morales. Eso le hará a usted comportarse como un ser humano de altura. Si suficientes personas abrimos los ojos, recuperaremos la vida humana y virtuosa que todos anhelamos.

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