Por: Ernesto González, Licenciado en Ciencias Pedagógicas
En un período de aproximadamente 25 años, equivalente a 8.900 días, 213.600 horas, he sido afectado por robos en seis ocasiones (carterista, y en general ladrones de lo ajeno), donde el porcentaje en cualquiera de las variables de la magnitud tiempo sería despreciable.
Inclusive hay quienes podrían considerar que soy una persona con suerte; sin embargo en todos los casos, me he sentido molesto, indignado y vulnerable.
Detrás de todo lo anterior pensaría: estoy vivo, se recuperará lo perdido en un tiempo prudencial o no y que con el pasar de los días y la prioridad de otros logros y problemas, pasaré la página y posiblemente pase a ser una anécdota más en una conversación con familiares, amigos y compañeros de trabajo.
En nuestra región centroamericana suelen establecerse por determinados países alertas por inseguridad para que visitantes tomen medidas en el caso de viajar, que se afianzan cuando observamos en un noticiero lo que sucede por estos lados o en todos lados.
Según la BBC, en un informe publicado el 1 de diciembre del 2016, seis países de América Latina estaban entre los 13 con peores índices de criminalidad en el mundo.
¿El consuelo?
Estamos bien afectados por esta situación (nacional) o simplemente ese día (o días) me tocó el que me viese afectado. ¡Fatal! Si pensara como la persona que me hurtó – cosas del vehículo - en la última ocasión, que inclusive me pareció ver antes de parquear -solo por 40 minutos-, analizaría ¿por qué tomar lo que no es suyo y que cuesta?, ¿tendrá empleo o ese es su empleo?, ¿qué le dirá la familia cuando llegue a su casa con el dinero de lo que vendió a otro (donde este último posiblemente lo revenda y tal vez no tan lejos del lugar donde robaron).
¿Qué dirá la esposa y principalmente sus hijos?, ¿aceptarán las nuevas compras con las que llega a la casa?, ¿celebrará con sus amigos “de oficio semejante”, brindando con la toma de licores, rindiendo cuenta de los logros obtenidos?
Realmente pienso que los que hurtan de poca o mucha monta, (peor si son criminales) en el fondo de todo ello les falló la educación. ¿Qué fueron a la escuela o no?, ¿qué proviene de una familia disfuncional?, ¿responsabilidad de los padres?, ¿del sistema educacional?, ¿de las leyes que rigen el país, que no necesariamente se respetan?
Una persona que al menos haya cursado nueve años de estudio en el colegio o escuela, habrá podido ser identificado con problemas – por el personal docente – dada su baja estima, rendimiento académico negativo, inasistencia, hechos que habrán de ser conversados con los padres, tutores, entre otros.
Son muchas las ocasiones, pero muchas en que los docentes suelen sustituir el rol de los padres, apoyados por los directivos del centro educacional o no, abandonando inclusive los de su propia familia.
Esta acción no está prevista en un plan de clase, no está incluida en su fondo de tiempo, no es pagada, pero sí reembolsada espiritualmente, con el hecho de lograr encausar al estudiante que en su momento se equivocó en su comportamiento.
No me canso de decir o escribir que el rol de un docente es increíble, de lo que puede lograr con su actuación cotidiana: cambiar al ser humano, dirigirlo, orientarlo, a que sea una persona de éxito. No tengo dudas que, en una pirámide, en la cima de la misma –orgullosamente – le corresponde dicho lugar a la profesora/o, maestra/o, al catedrático/a.
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