
Por: César Alberto Hernández Fallas
El ámbito político, a menudo comparado con un gran escenario, presenta una dicotomía recurrente: la profunda brecha entre las promesas declamadas por los actores políticos y las realidades que se materializan en el ejercicio de sus funciones. Esta disonancia, similar a la experimentada en una obra teatral donde la trama difiere de la puesta en escena, genera insatisfacción y desconfianza en la ciudadanía.
En el Gran Teatro del Mundo, los políticos, como consumados histriones, presentan discursos grandilocuentes que prometen un futuro utópico. Educación de calidad, salud accesible, seguridad ciudadana... las palabras resuenan con fuerza, cautivando a la audiencia con la ilusión de un cambio radical. Sin embargo, estas promesas, cuidadosamente escritas y ensayadas, suelen desvanecerse como el humo del incienso, revelando un guion vacío de acciones concretas.
La tragedia se intensifica cuando se descubre que, tras el telón de las promesas, se esconden intereses ocultos y agendas personales. Las inversiones extranjeras prometidas se convierten en favores a grandes empresas, las leyes anticorrupción se manipulan para silenciar a opositores y los discursos de unidad nacional ocultan agendas separatistas. Los políticos, motivados por ambiciones personales y la búsqueda de poder, sacrifican el bienestar del pueblo y pervierten las instituciones democráticas.
Cansados de ser marionetas en este teatro de falsedades, la ciudadanía alza su voz y exige un cambio de guión. Ya no se conforman con promesas vacías, ahora demandan acciones concretas, resultados tangibles y un compromiso genuino con el bien común. La era de la apatía y la resignación está llegando a su fin, dando paso a un público crítico y proactivo que exige transparencia, rendición de cuentas y un desempeño político ético y responsable.
La transformación social requiere de un nuevo acto en el Gran Teatro del Mundo, uno donde las promesas no sean solo palabras al viento, sino el cimiento de un futuro mejor. La ciudadanía, convertida en dramaturga, debe moldear el guion, exigiendo a los actores políticos –ahora servidores públicos– que interpreten su papel con integridad y responsabilidad. Solo así, cuando la realidad refleje el futuro soñado, la obra de la política dejará de ser una tragicomedia para convertirse en una verdadera epopeya de construcción social.
En este nuevo acto, la rendición de cuentas, la transparencia y la participación ciudadana son elementos esenciales. La sociedad civil debe asumir un rol activo en el seguimiento y evaluación del desempeño de los políticos, exigiendo el cumplimiento de sus promesas y denunciando cualquier acto de corrupción o abuso de poder.
La construcción de una sociedad más justa, próspera y equitativa requiere de un compromiso colectivo. Es momento de levantar el telón y exponer la farsa de las promesas vacías. Juntos, podemos construir un nuevo capítulo en la historia, uno donde la política sea un instrumento para el bien común y no un escenario para la actuación individual.
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