Por: María Alexandra Feoli, Ingeniera Industrial, Empresaria y Directora de TI
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La tecnología y el acceso a la información han resultado en una profunda transformación en la transferencia del conocimiento. Mis años de infancia y adolescencia transcurrieron en aulas con pupitres colocados en fila india, en dirección a aquel docente que impartía clases magistrales en una dirección, del profesor al alumno.
Nuestra misión era tratar de absorber todo aquel conocimiento para posteriormente memorizarlo en aras de comprobar el conocimiento adquirido a través de evaluaciones que posteriormente darían lugar a las esperadas calificaciones.
La inteligencia de un individuo se asociaba entonces a su coeficiente intelectual que se plasmaba en notas en una escala de 0 a 100. Así transcurrieron mis años escolares, colegiales y universitarios, entre paradigmas de “inteligencia” y expectativas de rendimiento académico, que resultaron en graduaciones de honor en el colegio, la Escuela de Ingeniería Industrial de la Universidad de Costa Rica y la escuela de estudios de posgrado de Administración de Empresas de la misma casa universitaria.
Sin embargo, más allá del rendimiento académico, mi curiosidad por conocer el mundo, su gente y sus culturas, mi afán por liderar cambios, mi gusto por los deportes y mi pasión por los idiomas, me llevaron por un camino paralelo al académico. Participé en gobiernos estudiantiles, fui miembro de la selección nacional de tennis, fui estudiante de intercambio en los Estados Unidos, representé al país junto a un grupo de jóvenes en la Villa Internacional de la Juventud en Tokio, estudié Historia del Arte, fui líder de una delegación de niños en un campamento de verano en Tailandia, aprendí portugués y un poco de japonés y me maravillé conociendo rincones alrededor del mundo.
Para mi sorpresa, cuando llegó la hora de iniciar mi viaje por el mundo laboral, mis entrevistas de trabajo (y posteriormente mi desenvolvimiento en el mundo profesional), estaba más asociado a las habilidades “blandas” adquiridas a través de esas actividades “extracurriculares” que al conocimiento técnico reflejado en mis resultados académicos.
El deporte me enseñó disciplina; los gobiernos estudiantiles me formaron en liderazgo, colaboración, y relaciones interpersonales; los intercambios culturales me hicieron independiente y me enseñaron tolerancia y apreciación a la diversidad; los idiomas me abrieron perspectiva, los conocimientos sobre arte me generaron sensibilidad y así, una a una, esas actividades extracurriculares me enseñaron liderazgo, organización, responsabilidad, perseverancia, empatía y seguridad en mí misma.
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A los años me convertí en mamá y mis hijos comenzaron su etapa escolar. La primera vez que me tocó ir por un reporte de calificaciones, recuerdo llegar a la escuela, revisarla, homologar las letras de aquel reporte a los valores absolutos con base en 100 a los que estaba acostumbrada y conversar con mi hija. “Notas de 90 para arriba (o A)” es lo que esperamos, le dije. La mayor de mis hijos, una chiquilla disciplinada y bailarina, que dio sus primeros pasos en esa disciplina a los 3 años, para cuando ingresó a primer grado de Escuela Primaria, ya entrenaba 8 horas a la semana. No recuerdo con certeza cuánto tiempo tomó pausar y recordar lo que hoy parece obvio y me lleva a escribir esto: no quiero estudiantes sobresalientes, sino hijos realizados, apasionados, integrales, esforzados, responsables y felices.
La tecnología ha cambiado el paradigma de la educación, los docentes hoy son “coaches”, son mentores, son observadores de un proceso de transferencia de conocimiento en dos vías, en el que el individuo más exitoso no será el que memoriza y saca un 100 o una A+, sino aquel que logre poner en práctica lo que obtiene con un click en su teléfono móvil, que logre razonar, pensar, analizar, conectar los puntos y concluir, que logre maximizar su potencial explotando sus talentos naturales, aquel que lidere cambios, trabaje en ambientes colaborativos, respete la diversidad y potencie las diferencias.
Los deportes, el arte, las culturas, los idiomas, el pensamiento crítico, el trabajo social y comunitario son mecanismos muy valiosos e igualmente importantes para adquirir estas habilidades.
Cambió entonces nuestro discurso en casa: “queremos responsabilidad y esfuerzo, que seás una persona de bien, que hagás cosas que te apasionen y te hagan ser tu mejor versión. La nota te la ganás antes del examen con tu esfuerzo”.
No es mediocridad, es priorizar las cosas importantes, es alimentar la curiosidad más allá de un resultado en un reporte de calificaciones, es encontrar y potenciar una pasión, es equivocarnos para aprender, es asumir responsabilidad, es aprender a pensar y desafiar el status quo, es dar tu mejor esfuerzo. Es hora de repensar las expectativas que ponemos en nuestros hijos si queremos un mundo más solidario, más innovador, más humano, más creativo, más sensible, más colaborativo. El resto saldrá por añadidura.
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