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¿Los niños de quién?

…y alguna consideración adicional

Por: Luis Fernando Calvo Díaz, Director del Instituto Tomás Moro

En estos días convulsos, extraños, inclusive orwellianos, hemos visto con esperanza la realización de una manifestación pública en Costa Rica a favor del bienestar de nuestros niños, nacidos o por nacer, bajo el lema: “Nuestros niños son sagrados”.

El lema en cuestión parece apropiado y certero pues recoge dos elementos esenciales de la vida humana a lo largo de los tiempos: el primero hace referencia a un nosotros, y el segundo apunta hacia la verdad ineludible de la existencia digna de toda persona humana, con carácter de universalidad.

La cuestión no es menor, pues en el pasado se han esgrimido lemas de cuño distinto, ciertamente en pos de una causa buena – como la que aquí nos convoca-, pero que sutilmente remite a realidades que no son de suyo absolutamente potables o libre de dudas. Así podríamos opinar sobre el lema: “con mis hijos no te metas”. Este lema que con toda certeza habrá sido pensado con la mejor de las intenciones adolece de un problema insalvable, pues participa de la misma lógica individualista que hace posible la aceptación cultural de flagelos como el aborto, la eutanasia o el suicidio.

La mujer que piensa en abortar lo hace – en parte al menos- por encontrarse o pensarse en situación de desamparo insoslayable frente a su embarazo inesperado, desamparo que viene alentado por una sociedad que pregona la realización individualista del individuo (énfasis intencional) como máxima de vida, que pregona el disfrute personal como criterio esencial para gobernar la vida en sociedad y que desconoce, al menos en la práctica, el deber de velar por el bienestar del prójimo. El lema que objetamos, por tanto, obliga a pensar en los hijos propios, no en los hijos del vecino o del compañero de trabajo. ¿Acaso no merecen los niños del vecino ser también protegidos? ¿Acaso no tenemos una obligación, subsidiaria al menos, hacia los otros niños, aunque no estén bajo mi obligación directa o patria potestad? Si vemos al lobo venir, mal haríamos en alejarnos del peligro en silencio, sin alertar a otros, aunque estos otros a veces no nos crean o tomen en serio.

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Al creyente, por tanto, no le deben importar solo sus hijos, sino que también los niños del otro, del prójimo. El cristiano que opera según los criterios del individualismo ha dejado de ser cristiano y se ha adentrado en los laureles del budismo, por citar tan sólo una opción pseudo-religiosa perfectamente compatible con la lógica individualista de la sociedad moderna. Este nosotros, por tanto, debe quedar instaurado como el criterio apropiado para dirigir nuestra acción. Seremos efectivos en nuestra misión si la lógica que permea nuestras actividades es la del nosotros, en contraposición contra la lógica del yo o la lógica de los míos.

En cuanto al dichoso lema que motivó la magna convocatoria nacional del pasado 30 de septiembre, conviene poner entonces la mirada sobre los dos elementos señalados supra: el nosotros – ya desarrollado de manera sucinta- y la dignidad de todos, es decir, que los niños, porque son personas, son sagrados.

La palabra sagrado es una gran palabra que merece nuestra atención y que le dediquemos unos minutos de nuestro escurridizo tiempo. ¿Es lo sagrado exclusivo de la religión? Si es así, ¿es entonces un concepto excluyente? Podríamos acotar de momento, para luego retomar el tema en otra ocasión, que lo sagrado es universalmente humano, pues la vocación a lo trascendente, lo numinoso – según el decir de Rudolf Otto- es inherente a todo ser humano. El ser humano es por naturaleza religioso.

Pero, en todo caso, es pertinente ahondar sobre la cuestión de la sacralidad de la vida y dilucidar su origen religioso (cristianismo) o no, pues si la noción de la vida como cosa sacra es religiosa, entonces es de observancia exclusiva para los religiosos, no así para la sociedad en general (tampoco ahondaremos en el principio rawlsiano que subyace a este supuesto).

Para traer una voz armónica al galimatías de la posmodernidad, podríamos invocar los estudios del médico austro-italiano Markus von Lutterotti, quien determinó – al estudiar diversos grupos humanos- que la prohibición del homicidio no halla su génesis en las reglas religiosas sino de manera natural, es decir, por un orden espontáneo. Para este autor la contribución de la religión consiste en fijar, no en crear, este orden ético y moral ya existente de manera connatural a la vida en sociedad.

Por tanto, para objetar el fundamento de la sacralidad de toda vida humana, habría que objetar el desarrollo humano mismo y su vida en sociedad, pues la idea de sacralidad humana no pertenece al ámbito de la tradición judeo-cristiana, sino que pertenece al ámbito de la existencia misma del ser humano.

Así las cosas, en una sociedad plural como la que prevalece, invocar el hecho de que nuestros niños son sagrados debe servir de aliciente a toda persona de buena voluntad a manifestarse en favor de quienes necesitan de los adultos para su protección, cuido y sano desarrollo.

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