
Por: Ing. Luis Zamora Víquez, profesor retirado, Universidad de Costa Rica
Ver el cambio que ha experimentado ese distrito del cantón de Belén da vértigo. Este agradable y lindo lugar antes de los años 60 era muy diferente a lo que vemos actualmente. Simplemente era un cafetal con casas a ambos lados de las calles de tierra, zacate y piedras sueltas.
El principal producto era el café. Sin embargo, se cultivaban muchos productos que se vendían en el mercado central de San José. Fueron famosos los tomates que se comenzaron a exportar a Panamá, además de la gran producción de frijoles, chile dulce, camote, maní y la producción en parcelas pequeñas de otros alimentos de la típica huerta como rábanos, repollo y lechugas. Hasta algunos cañales se veían por allí. Potreros donde encontrábamos caballos, vacas y bueyes que eran los que jalaban las carretas para llevar el café a los “beneficios”.
Decía anteriormente, que muchas calles eran de zacate; allí pastaban varios animales mientras no los viera la policía porque los lleva al “fondo”, lugar que tenía la Municipalidad, para tener prisioneros a los animales mientras llegaban sus dueños a pagar la multa de tres pesos para liberarlos.
Muchas de las calles actuales no existían. El caminar por “dentro” era una costumbre establecida. Para ir a la escuela, al río o a Ojo de Agua, nos metíamos por las propiedades ajenas brincando cercas para acortar el camino. Ya los propietarios sabían quienes éramos y nos daban el permiso de cruzar. Dar esa gran vuelta era pérdida de tiempo.
Donde se ubican ahora el Hotel Marriot, la empresa Intel, el Club Campestre Español, las urbanizaciones y los complejos de edificios de oficinas eran fincas de café.
¿Quién recolectaba el café, si en esa época no había trabajadores extranjeros? Pues la “chiquillada”, toda la juventud participaba en las “cogidas”. No se nos obligaba a ir. Era costumbre establecida. Algunas veces se adelantaban las vacaciones para que no se perdiera el grano de oro. Sí, eran los carajillos los que teníamos que ayudar a los mayores a sacar la tarea. Recuerdo ver a Pepe Rodríguez con sus más de 20 retoños salir a recolectar el café de su finca y al terminar la suya ayudaban a las fincas vecinas.
Se pagaba ¢1,50 por cajuela recolectada, la cual se cancelaba el día sábado presentando los “boletos”.

La plaza de fútbol, situada entre la Ermita y la Escuela era el lugar del encuentro todas las tardes. Esas maravillosas mejengas no podían faltar. Trabajadores y estudiantes nos dábamos cita alrededor de las tres de la tarde, para disfrutar de esos partidos de los de arriba contra los de abajo y que fueran el semillero de uno de los mejores equipos de canchas abiertas, el “Deportivo Ivo Arias”, que, junto a otros equipos como “Las Cruzadas de Calle Blancos”, “Once Tigres de Cartago” y el “Belén Junior”, eran los mejores.
Todavía el planteamiento de los equipos era el 3,2,5 el cual se dominaba a la perfección: Chanel o Joaquín en la portería, Minino, Hugo o Chinín y Edgar, Yeye y Luisiardo (todavía no me decían Polo), y adelante teníamos a Miro, Calillo, Franco, Poli, Ñato, Don Ivo, Fidel, Rodolfo, Coco, Piñero y Oscar Ramírez. Sí, Oscar el padre del excelente 10 de la Liga, Saprissa y la Sele, quien sin ser nuestro vecino fue incorporado al equipo por motivos amorosos (¿verdad Ana?). Por cierto, en el año 1964 estrenamos un lindo uniforme que nos envió Calixto Chaves, quien había emigrado a Estados Unidos a trabajar en mecánica de aviación.
Terminada la mejenga nos íbamos a escuchar en la pulpería de Javier Chaves (Yeye) la música de Julio Jaramillo, Daniel Santos y la novela Los tres Villalobos.
Energía eléctrica no teníamos, agua potable pésima, todavía no se había instalado la nueva cañería. Estudíabamos con candela o lámparas “Coleman”. Los cuadernos terminaban el año llenos de esperma. Ahí nació el dicho de quemarse las pestañas. Teníamos muy pocos servicios sanitarios como los conocemos ahora. Usábamos excusado de hueco, que se conocía el nombre de letrina, cubierto por paredes y techo de zinc que formaban un verdadero “baño turco”.
Espero que este cambio hacia el futuro que se le ha dado a este encantador pueblo haya sido de bienestar para sus pobladores. Ojalá que la Municipalidad aproveche el dinero que llega para seguir creciendo.
Ya entenderán por qué todavía me preguntan mis nietos: Tito ¿por qué le dicen Polo?
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