
Por: Marianne Odio, Recursos Humanos
La misión de todo cristiano consiste en ser feliz. Una felicidad no pasajera ni material, sino de carácter trascendental, llena de sentido, que inunda su existencia. Estamos invitados a vivir para y con los demás. Estamos llamados a influir positivamente en la sociedad desde nuestras propias circunstancias: en la familia, en el trabajo, en el barrio, en las amistades, durante el tiempo de ocio, etc.
Es una tarea abierta para todos, es una llamada universal, invitados a realizar mucho bien en medio del mundo, a ser imitadores de Jesucristo, modelo a seguir como imagen perfecta del Padre.
En nuestros tiempos parece difícil dar el paso, quizás nos intimidamos por ser llamados “cristianos”, nos etiquetan y nos tachan. Nuestra identidad como cristianos debe perdurar y ser fiel en el tiempo, así como lo es Dios para con nosotros.
La unión con Dios, sabiéndonos amados por Él, nos permite vivir la vida que Él nos ofrece. Ciertamente, para que nuestro apostolado y misión como enviados dé fruto es fundamental fomentar la vida de oración. Buscarle, encontrarle y tratarle para amarle es nuestra principal misión.
San Josemaría (1902-1975), fundador del Opus Dei, recuerda que todo cristiano tiene una vocación específica que le toca descubrir. El cristiano, cuando se sabe llamado, es como un tesoro escondido que no encuentran todos, lo encuentran aquellos a quienes Dios verdaderamente elige. Como consecuencia, san Josemaría alude que ese despertar se convierte en una llamada a la santidad en medio del mundo, es decir, que el cristiano es un instrumento en manos de Dios para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, en el trabajo ordinario, acercando muchas almas a Dios. El servicio en el trabajo profesional potencia al cristiano a formar a los demás.
Hemos de sentir dentro de nuestra alma la necesidad de buscar a Dios, de encontrarle y de tratarle siempre, admirándolo con amor en medio de las fatigas del trabajo. De esto surge la unidad de vida, la rectitud de intención, el sentido de saberse hijo de Dios. Siendo así, la misión del cristiano se va enraizando en una gran labor de dar, de estudiar y de conocer la fe para fundamentar su criterio no en pruebas científicas, sino de una Persona.
El cristiano está llamado, asimismo, a santificar las amistades, siendo leal con los demás. Nace de allí la comprensión, el perdón y el cariño. La caridad no es tanto dar, como comprender y acompañar.
La llamada universal a la santidad como misión de todo cristiano, también comprende la interacción y creación de relaciones sociales.
Dios necesita de muchos brazos para poder llegar a muchas almas, y para ello cuenta con nuestra libertad: una generosa disposición.
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