Por: Luis Montoya Salas, Doctor en Comunicación
Parodiando al Apocalipsis con el Angel de la Muerte (8:2-11:19) diríamos acaso, ¿representan los medios informativos a las trompetas que anuncian pestes y destrucción?
Debemos reconocer, con humildad, que estamos ante un hecho inédito desfilando ante nuestros ojos, en tiempo real; pero no tenemos herramientas cognoscitivas ni conceptuales para comprenderlo.
Esta limitación nos produce mucha angustia e incertidumbre. Porque ni los expertos pueden dar explicaciones certeras. Y, como es de esperar, el espacio queda libre para las especulaciones más absurdas, en esa búsqueda de darle una explicación sin ningún fundamento.
Ahora bien, ante este vacío cognoscitivo, aparece el fantasma de la vendeta personal, aprovechando este caos para ridiculizar, descalificar, desviar la atención de lo esencial que es la salud, hacia el malestar de los costarricenses ante el estado angustiante socioeconómico propio de estos tiempos.
Y esto es así, porque el común denominador en el fenómeno comunicacional asociado a la divulgación planetaria de esta pandemia es el miedo invisible a la muerte, alimentada por la obsesión del tiempo de vida, de acuerdo con el reconocido erudito italiano, Enrico Fulghigoni (La Civilización de la Imagen, 1982).
Estos dos factores están presentes en el tratamiento periodístico dado a las noticias sobre el proceso COVID-19 en nuestro país y lo podemos ordenar en cinco fases, en las que en su mayoría aparece el Ministro de Salud como principal interlocutor:
En la primera fase, el ministro anuncia la presencia en China y otros países del Coronavirus. Este mensaje ministerial es solo una noticia más, sin mayor trascendencia. Pero más allá, las imágenes correspondientes invaden las pantallas de TV y atiborran las redes sociales con mensajes inconexos.
La segunda fase se caracteriza por un llamado del ministro de Salud a la inminente llegada del virus a nuestro país, hasta que sucede.
La tercera fase, en la que actualmente nos encontramos, caracterizada por constantes conferencias de prensa para informar sobre la evolución, con flecha apuntando al primer caso de muerte, de esta enfermedad, con amplia descripción de su sintomatología y de las previsiones del caso.
Las variables de la tercera fase son indicativas de un problema mayor que subyace en el imaginario colectivo costarricense y es la tendencia a comparar realidades no comparables. Es decir, en China, en Europa, en los EE.UU. ocurren decenas, centenas y miles de muertes mientras que en nuestro país no ocurre lo mismo. Y eso incomoda en nuestro imaginario, la tendencia subyacente que nos caracteriza hacia el pesimismo, hacia el sufrimiento, hacia la angustia, herencia inevitable de la ideología católica dominante por más de 500 años aquí, en Costa Rica y en casi toda América Latina.
Ya es de conocimiento psicosociológico convencional que cuando somos desbordados por problemas que nos superan en comprensión o impotencia para resolverlos, buscamos mecanismos de compensación que equilibren, o al menos disminuyan el peso de una situación económica y emocional muy fuerte.
Finalmente, en la cuarta fase, no menos trascendente, es el doble papel que nos reasignamos los consumidores de noticias: somos testigos de excepción de hechos sorprendentes, nunca antes difundidos: guerras, desastres naturales, atentados con bombas, asesinatos en las calles, etc., etc. Y de ser testigos a ser protagonistas virtuales, en el inconsciente se realiza la fusión y la imposibilidad de desligarlos en la realidad.
Y con esta actitud escondemos la quinta fase para la que nadie nos puede preparar: el caos económico mundial que impactará las economías, y con ello, a cada uno de nosotros, en nuestro hogar.
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