Por: Ernesto González, Licenciado en Ciencias Pedagógicas
Es muy común que cualquier equipo eléctrico disponga de algún accesorio que le permita cargar la batería (o pila) por un mayor tiempo y que le facilite movilidad con el mismo: el mejor ejemplo y más común es un celular.
Lo solemos cargar en la noche y en la mañana ¡listo! Con la posibilidad de poder disponer del recurso entre 24 y 72 horas hasta agotarse y repetir el ciclo.
“Cargar las pilas” constituye una expresión que se usa con el sentido de recuperar las fuerzas (formando parte del neologismo: palabra o expresión que se crea en una lengua por necesidad o moda), hecho que lo traslado a la acción de dormir la siesta.
Desde pequeño mi madre nos inculcó la necesidad de dormir un rato después de almorzar; acción que no entendía porque cuando también existían reglas de acostarnos a una hora determinada. En conjunto atribuiría a recordar que cerrábamos los ojos unas 8 o 9 horas diarias, con la salvedad el sábado y domingo de levantarnos un poco más tarde al no tener que asistir a clases.
En aquel entonces no existía tanta información -como hoy en día- de nutricionistas, pediatras, consejeros, por lo que podía considerarse una orientación de “acostarse, sino no salen a jugar en la tarde”; posiblemente la clave de tomar la siesta se debía a que mi señora madre necesitaba descansar, cuando se levantaba antes para tener listo el baño, el desayuno, los uniformes; ya una vez que nos dejaban en la escuela, regresaba a cumplir con las funciones de ama de casa.
Han pasado muchos años y ella sigue tomando “religiosamente” su siesta, tal es así que los vecinos tienen conocimiento que en el horario de 1 a 3 p.m., ni recibe llamadas telefónicos, ni atiende a personas que lleguen a la casa.
Resulta algo complejo pensar –al menos en Latinoamérica– en edad laboral, dormir la siesta; he tenido compañeros que tras almorzar, se recuestan un tanto sobre el escritorio unos minutos, “cargan sus baterías” y de nuevo al trabajo. En Europa suele ser un común denominador descansar haciendo uso de la siesta, por ejemplo en Alemania el 22% lo hacen al menos 3 veces a la semana, italianos un 16%; por su parte los ingleses un 15% y un poco por debajo españoles y portugueses, diría que en esta parte del planeta lo asumen como un deporte nacional.
Hay científicos que consideran que para subir al 100% las baterías en una siesta bastan 26 minutos. A lo anterior sumo que dormir la siesta ocasionalmente reduce en un 12% las causas de mortalidad coronaria, cuando se hace ocasional, pasando a un 37% cuando se sistematiza.
Un valor agregado en lo personal -en tiempos pandémicos- ha sido incorporar esta “disciplina”, y que tras un sobrecumplimiento del mínimo establecido me levanto descansado, inclusive mi sueño según registra el celular es mucho más profundo, tranquilo, que en la noche donde me despierto o duermo intranquilo.
Si en muchos años por exceso de trabajo (12 o 14 horas diarias), dormía unas 4 horas diarias, no viene mal, tratar de rescatar lo no dormido, olvidar un tanto las preocupaciones que siempre existen y al levantarme con la mente fresca buscar a la musa. Esa inspiración que siente y que estimula o favorece la creación o la composición de algo para compartir con ustedes, además de utilizarlo como antídoto para la noche hacerla más extensa. ¡Se los sugiero!
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