
Durante generaciones, las fiestas patronales, los turnos y los desfiles se han vivido como una costumbre en los pueblos y cantones costarricenses. Junto a ellos, una de las tradiciones más representativas del país son las mascaradas.
A partir de barro, papel, pintura, y especialmente creatividad, los artesanos confeccionan estas grandes máscaras del imaginario nacional, como por ejemplo: “El Pisuicas”, “La Giganta”, “La Calavera” y “El Policía”.
Los abalorios, aretes, telas de colores y distintos estampados, así como el crin de caballo, son también parte de los materiales que se utilizan para elaborar estos peculiares personajes.
Pero ¿de dónde viene esta tradición? La mascarada costarricense, como otras de las expresiones culturales nacionales, está constatada por una base de pluriculturalidad y sincretismo.
Sonia Gómez, historiadora del Ministerio de Cultura.
De acuerdo con Sonia Gómez, historiadora del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura y Juventud, estas esculturas por una parte hacen referencia al uso ancestral de la máscara utilizada por los aborígenes en sus rituales. Por otra, remite a las luchas de moros y cristianos representadas en una actividad tradicional traída por los españoles y representada en acciones públicas desde tiempos de colonia.
“Posterior al hallazgo de la Virgen de Los Ángeles, se inicia una tradición en torno a esa celebración llamada fiestas agostinas, que nacen en La Puebla de los Pardos, en donde estaría en ese momento la iglesia”, explica Gómez.
Sonia Gómez, historiadora del Ministerio de Cultura.
Las fiestas eran muy sencillas, sin embargo la historiadora hace la semejanza con las celebraciones de diciembre en Zapote. “Había un redondel donde llegaban los cartagineses a celebrar como parte de la festividad. Habían corridas de toros y antes de esas corridas salían las que hoy conocemos como mascaradas”, asegura la experta.
La historiadora además hace énfasis en la importancia de esta tradición en la cultura costarricense, porque es conocida como la principal manifestación popular tradicional de carácter festivo del Valle Central.
Se ha trasmitido de generación en generación en distintas partes del país. Escazú tiene una gran tradición mascarera, así como Barva de Heredia y Aserrí.
Valor y tradición
Por su valor como tradición, el Gobierno de la República mediante el decreto N°25724-C, designó el 31 de octubre como el Día de la Mascarada Tradicional Costarricense.
Con este decreto se busca que el Estado garantice la promoción del conocimiento acerca de la elaboración y desfile de mascaradas. Otro de los objetivos con el reconocimiento, es poner en valor el trabajo que realizan los artesanos que se dedican a este oficio.
Jorge Corrales es uno de estos artesanos que no deja morir la tradición de las mascaradas, y su interés por ellas data desde su niñez: “Empecé muy jovencito porque en mi pueblo Aserrí, llevaban las mascaradas de Escazú. Eran las que creaba Pedro Arias, una figura que considero mi maestro, aunque nunca lo conocí”, expresó Corrales.
Corrales, quien se dedica a este oficio desde hace 28 años, tiene como objetivo recrear artesanías que reflejen la esencia de la figura tradicional de las mascaradas de antaño: “Me refiero a esas que por muchos años se centraron en personajes tradicionales, como la calavera, la giganta, el diablito o las que están inspiradas en leyendas costarricenses”, dijo el artesano.
Uno de los mayores retos que ha enfrentado en estos años, es preservar, mediante el oficio del mascarero, la esencia de las mascaradas y de la música típica de las cimarronas, sobre todo, en un contexto donde las personas son cada vez más influencias por las culturas extranjeras.
“Es importante fomentar la mascarada tradicional mediante los cursos de formación en los que se utilicen las verdaderas técnicas y materiales tradicionales; pero, por otra parte, más importante aún es que las personas aprendan a valorar no solo la obra, sino el conocimiento que poseen los mascareros”, enfatizó Corrales.
Marco Flores, es arquitecto de profesión y mascarero por amor. En su tiempo libre se dedica a confeccionar máscaras junto a su esposa Alexandra Alvarado, una pasión que nació en ellos por “una linda coincidencia para su familia”, indicó.
“Un día mi hijo me comentó que se había inscrito en un concurso de mascaradas en la escuela y que requeriría apoyo de la familia. Sin pensarlo nos pusimos manos a la obra. Primero nos informamos acerca de cómo podríamos iniciar el proceso de creación de las mascaradas”, contó Flores.
El primer maestro de este mascarero empírico, fue el barveño Luis Fernando Vargas, conocido popularmente como “Bombi”, quien les brindó una guía para que tuvieran las bases necesarias para comenzar.
Desde esa primera vez, la familia no ha dejado de confeccionar máscaras e incluso han ofrecido cursos de verano en el Museo Nacional de Costa Rica, dirigidos a niños y niñas, que tienen como fin promover el valor cultural de la tradición en las nuevas generaciones.
Ambos artesanos, Flores y Corrales se preocupan por la incorporación de nuevos personas a las mascaradas, ya que en las fiestas actuales se ven máscaras que aluden a personajes que no tienen relación con lo autóctono.
Para evitar que esta tendencia se expanda, Flores aconseja que en los talleres se explique en qué están basados los diseños, es decir, en las leyendas y personajes que primeramente hacían mofa.
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