Por: Irene Zamora, Máster en Bienestar Emocional, Kokoro
Nos han enseñado a vivir las emociones como buenas o malas pero es porque realmente no entendemos la funcionalidad de las mismas. Las emociones son la respuesta a estímulos: son mensajeras.
Las emociones están al servicio de nuestra vida para preservar nuestra supervivencia pero también para abrir nuestra conciencia. De esta forma no solo sobrevivimos, sino que aprendemos a vivir plenamente en bienestar.
La emoción es esa respuesta corporal percibida que puede ser tanto expansiva como contractiva, la cual lleva una secuencia sensorial. Los sentidos son estimulados enviando información al sistema nervioso y este envía señales en función de la necesidad.
Los componentes de las emociones
En las emociones están implicados varios componentes:
- Fisiológico: Regido por nuestro sistema nervioso.
- Energético: La fluidez de su energía será el resultado de estabilización o desestabilización del sistema.
- Cognitivo: El proceso de aprendizaje como sentimos a través de la experiencia.
- Conductual: La respuesta conductual del proceso.
Las emociones tienen tono y se moldea en la socialización
La neurociencia confirma que cada experiencia sensorial tiene un tono emocional, una cualidad que -en función de cada individuo- tiene un resultado único. Y es único a pesar de compartir similitudes de expresión de acuerdo con las culturas por los mismos procesos de socialización.
En cierta manera la socialización nos lleva a permitirnos sentir algunas emociones y nos hace bloquear otras, provocándonos malestar. Si nuestro objetivo es “no sentir” algo que estamos sintiendo se produce una ruptura entre lo que se desea y lo que se está experimentando.
Si nos permitimos sentir podremos integrar la experiencia escuchando el mensaje que nos viene a brindar. Puede ser un mensaje adaptativo que se siente físicamente o un mensaje adaptativo de tipo emocional o hasta intelectual para la toma de una decisión.
Por ejemplo, tomemos el miedo como referencia. El miedo es una de las emociones básicas, que nos informa que estamos ante una amenaza y nos orienta a buscar los recursos internos o externos para salir positivamente ante la situación de riesgo. La identificamos corporalmente por medio de la activación de los mecanismos de lucha, huida, bloqueo, temblor y tensión, entre otras.
El miedo es altamente condicionable y susceptible de generalización. Esto hace que ante un estímulo similar al que genera una amenaza real, sintamos un miedo que nos pone en alerta “por si acaso”. Este condicionamiento nos impele continuamente a la búsqueda de seguridad, que llevado al extremo nos genera un “sin vivir”.
Este “sin vivir” que nos genera sufrimiento no es la emoción en sí misma sino nuestra resistencia a la misma y el discurso mental que va asociado a ella.
Mindfulness una herramienta para la gestación de las emociones
El flujo de las emociones lo podríamos visualizar como un caudal de agua en el cual las emociones van dejando esos mensajes que tienen para nosotros. A veces nos gustaría bloquear el fluir de la tristeza o del miedo y que solo corra por el caudal alegría, pero esto no funciona así. Estos bloqueos nos hacen perder vitalidad y almacenar la emoción bloqueada como diques que pueden rebalsarse causando reacciones descontroladas ante una situación.
La práctica del mindfulness nos brinda una guía para experimentar las emociones y aceptar su mensaje en el momento que está sucediendo para poder brindar una respuesta adaptativa.
Observemos sin juzgarnos
Con ayuda de la respiración profunda y pausada dejemos que la emoción se exprese. Llevemos la atención a la parte de nuestro cuerpo donde está sucediendo la sensación y acompañémosla con la respiración. Ahora, volvamos a prestar atención a lo que sucede.
Aceptemos lo que estamos sintiendo, démonos el permiso de sentir aunque sea displacentero. Durante este proceso tendremos la oportunidad de identificar la emoción de una manera consciente.
Una vez que identifiquemos la emoción no olvidemos de ser amables con nosotros mismos. Brindémonos el cariño que le daríamos a otra persona si estuviera sintiendo algo similar.
Por último, soltemos la emoción, dejémosla ir. Es probable que ya el mensaje haya sido integrado.
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