Por: Pamela Monestel, antropóloga social
A mis doce años leí El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Lo hice no por ser una asidua lectora, sino porque era una lectura obligatoria del curso lectivo. Para mi sorpresa aún hoy lo es: ¡que maravilloso! No recuerdo bien lo que pensé a esa edad al leer el texto, pero sí lo que significó después y significa ahora.
Tal vez para algunas o algunos el recuerdo que poseen del libro sea la boa que se comió al elefante, pero para mí este libro es más profundo que la vivacidad de la imaginación infantil y la enseñanza de no perder la niña que llevamos dentro. El Principito no es solo una hermosa novela, no es solo el producto del marketing literario que vemos en agendas, botellas, tazas y medidas. Muy por el contrario, es para mí es un tratado sobre la convivencia humana y la belleza.
En El Principito, el Zorro, mi personaje favorito, dice: Sólo se conocen bien las cosas que se domestican… A lo largo del texto, el Zorro le enseña al Principio cómo debe domesticarlo. Domesticar es un proceso que implica tiempo, compromiso y dedicación de ambas partes.
Qué es domesticar
Pues para mí es establecer un vínculo empático y real con el otro, dedicarse tiempo mutuamente, compartir el espacio del otro, compartir energía y experiencias mutuas. Domesticar es un acto de afectividad entre dos o más, donde la reciprocidad es la regla vital, es convertirse en un ser que pasa de la generalidad a la especialidad en nuestras vidas.
Pero ¿cómo entendemos la domesticación como un acto humano de vinculación en medio de una sociedad que establece, como lo dice el sociólogo Bauman, relaciones líquidas?
La respuesta no la tengo, pero creo que sí podemos reflexionar un poco sobre el tipo de relaciones que establecemos tanto en el espacio virtual como en el espacio físico.
Bauman argumenta que en la sociedad actual líquida, los compromisos duraderos despiertan sospecha y una dependencia paralizante. Como estamos en medio de una sociedad de consumo, los vínculos son también vistos como de satisfacción instantánea y con fecha de vencimiento.
“Recuerde: cuanto más profundos y densos sean sus lazos, vínculos y compromisos, mayor es el riesgo”, dice Bauman. Cuando leí esta frase se me puso la piel de yuplón porque todas y todos nos hemos identificado con ella. Nos vinculamos desde la defensiva, con el estandarte de la individualidad, el horror a ser lastimados y la defensa tajante de nuestra personalidad, esto imposibilita relacionarnos empáticamente con el otro.
Para la sociedad neoliberal solo existen los individuos. Bajo esta lógica establecemos vínculos humanos desde una noción de individualidad, pero una individualidad mal entendida. Una individualidad muy bien decorada, perfumada y con lazo de regalo cuyo lema podría ser: soy libre y así soy. Las relaciones sociales establecidas bajo este contexto, provocan como lo dice Frei Betto que "la utopía se privatice y se resuma en éxito personal".
Con este planteamiento no quiero decir que la vinculación humana deba carecer de la vitalidad de la individualidad. Para nada, pero sí es importante reflexionar cómo nos han vendido ser individuales y cómo vivimos nuestra individualidad en convivencia con otros.
¿Existe una domesticación virtual?
Yo creo que sí, hay una domesticación virtual. La virtualidad un espacio para tejer conexiones humanas. Aunque me preocupan las habilidades ejercidas, aprendidas y esperadas en la proximidad virtual, porque estas reproducen el modelo de relacionamiento humano líquido, por retomar el concepto de Bauman, tales como el temido "me dejó en visto", el check en gris, la exigencia de inmediatez en la respuesta como valoración de mi persona, entre muchos otros.
Particularmente creo que es una falta de respeto no contestar un mensaje, porque la comunicación virtual es justamente eso: comunicación y si en la vida física no solemos dejar a alguien con la palabra en la boca y marcharnos ¿por qué creemos que hacerlo en la virtualidad no es un irrespeto?
Hemos sustituido conversaciones en línea que debimos tener frente a frente. Hace poco me pasó, por el imperativo de la inmediatez que traen consigo estos tiempos, hemos perdido el valor de la espera.
Tal vez sea un momento de reflexionar sobre la virtualidad, justamente hoy que ésta ocupa un espacio vertebral en nuestras vidas. Tal vez la enseñanza sea que la virtualidad no es la sustitución del vínculo in situ (palabra de arqueóloga) y que desde la virtualidad no es posible resolver todos los pormenores de la interacción humana.
En definitiva, domesticarnos los unos a los otros implica no un despojo de la individualidad, sino una revaloración de nuestros espacios como seres individuales y sociales. Domesticarnos implica la empatía con el otro y la reciprocidad, la cual hemos dejado de lado en nuestras relaciones y en la sociedad.
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