
Por: Abie Grynspan Gurfinkiel, empresario
Propaganda, censura, autoritarismo, irracionalidad, traición a la ciencia, discriminación institucionalizada, psicosis colectiva, degeneración moral de la ciudadanía.
Para muchos como yo, el mundo al cual nos han arrastrado con el pretexto de los peligros de la pandemia es una pesadilla de la cual tratamos de despertar en vano. Vamos entendiendo que ese mundo de miedo y mentira es real. La frustración, decepción y la ira son sentimientos cotidianos.
Recordar las barbaries
Lo que vivimos nos traslada a los preámbulos de las mayores barbaries vividas por la humanidad. Nuestras advertencias ofenden a puristas de la historia, incapaces de observar patrones, extraer enseñanzas y encender alarmas cuando los caminos que se toman conducen al precipicio. Nos sorprende que esas personas que se ofenden por una analogía no se insulten por la injusticia, el mal y la mentira. Frustra que esos complacientes sean nuestros vecinos, amigos y familiares. Nos decepciona saber que aquellos a quienes estimábamos, otrora hubieran realizado un saludo con el brazo en alto a los seres más despreciables.
La incertidumbre nos sobrecoge mientras vemos que los últimos destellos de libertad se desvanecen. Nos aterra un mundo carente de albedrío, de calidez, de optimismo, de humanidad. Vemos cómo, al igual que en otros momentos de la historia, las masas se encuentran en una especie de trance. Su obediente sometimiento y complicidad están permitiendo que aquellos que detentan el poder arrebaten pulgada a pulgada los que hasta hace dos años eran derechos básicos que la humanidad había conseguido con sangre.
No aceptamos la imposición
Quienes no aceptamos la imposición de ese sistema cuasitotalitario, hemos llegado al punto en el cual nos tiene sin cuidado lo que piensen de nosotros. A estas alturas nuestra decepción es mucho mayor que el repudio que pueda causar nuestro pensar.
Hemos decidido construir lo que el disidente y ulterior presidente checoslovaco Václav Havel llamaría: “estructuras paralelas”. Seremos enclaves de moral en un mundo inmoral. Promoveremos de modo informal una revolución existencial, viviendo la vida de modo humano con: razón, conciencia y responsabilidad.
En nuestro contexto, lo anterior significa que: viviremos sin temor, enseñaremos a nuestros hijos el valor de la libertad y edificaremos para ellos, si es necesario, un nuevo mundo cimentado en nuestros principios y valores. Nuestra disidencia será un faro de luz para quienes aun se encuentren en las penumbras. Seremos la mayor amenaza para quienes usan la mentira para someter. Nos odiarán, querrán amedrentarnos, pero no conseguirán doblegarnos: somos libres y aunque nos encadenen seguiremos siéndolo.
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