Por: Abie Grynspan Gurfinkiel, empresario turístico
La implementación del código QR ha sido la última ocurrencia de nuestro Gobierno. En realidad, decir ocurrencia es un halago, porque hoy sabemos que esa arbitrariedad se venía fraguando desde agosto del año pasado, meses antes de que iniciaran las vacunaciones en nuestro país.
Después de atropellar a los empleados públicos, obligándolos a inocularse la sustancia bajo amenaza de perder sus trabajos y el sustento de sus hogares, nuestro desalmado tirano procedió a emprenderla en contra los trabajadores privados, empoderando al patrono a despedirlos injustamente en caso de que el colaborador se niegue a la inoculación. Seguidamente, nuestro Gobierno decretó la segregación de los no vacunados de la vida social; y su última pretensión es inocular a la niñez, pasando por encima de la patria potestad.
Me limitaré a tratar el problema que el código QR presenta para los microempresarios turísticos.
Los últimos 18 meses han sido una pesadilla para los microempresarios turísticos. Los que han logrado sobrevivir hasta ahora, contaban con la temporada alta que iniciaría a finales de diciembre. Todo pintaba bien, demasiado bien, ¡de hecho!
Esas reservas de habitaciones, los ingresos por actividades de aventura, las ventas de masajes y tratamientos, los transportes privados, o esos almuerzos que vendería la pequeña soda al lado del parque, nos aseguraría a nosotros, empresarios turísticos, poder honrar las deudas generadas por las restricciones vividas durante la pandemia. Con suerte, nos ayudaría a obtener beneficios para invertir en nuestro negocio, o para darnos esos gustos que a todos los mortales nos hacen felices, pero que en ocasiones se nos niegan por meses o por años a quienes no vivimos de los impuestos que pagan los demás.
Todo era demasiado perfecto, como para que nuestros mandatarios no lo arruinaran. A raíz de las anticientíficas y autoritarias medidas que exigió nuestro dictador sanitario, el Señor Salas, las reservas de miles de agencias empezaron a amainar. Y no sólo eso, sino que negociaciones ya cerradas empezaron a ser canceladas. Muchos turistas que vendrían a nuestro país por la apertura y moderación en cuanto a restricciones decidieron cambiar de destino. Eran turistas no vacunados, y también turistas vacunados.
La industria turística goza de un fenómeno que yo llamaría “desborde de bonanza”. Ese fenómeno se da principalmente durante la temporada alta, cuando la demanda supera en ciertas zonas el 100%. Significa que hasta el lugar más humilde y menos preparado tiene la dicha de atender clientes. Ese fenómeno es un impulsor social, pues permite a familias humildes y sin preparación emprender, aprender y crecer.
Los hoteles con trayectoria o producto de millonarias inversiones no se han visto tan notablemente afectados por la pandemia como los pequeños e incipientes. Eso se explica por el fenómeno anteriormente descrito: los primeros son la parte más baja del vaso, donde cae primero el agua, donde entran primero los dólares. Solo cuando el vaso se llena, el líquido rebosante fluye, dando vida al microempresario.
En un santiamén nuestro Gobierno cerró el grifo, la sabia dejó de fluir y condenó al fracaso a miles de empresarios y al hambre a miles de familias.
La incertidumbre que embarga al sector es inédita, pues sabemos que conforme el tiempo pase y las reglas cambien, millones de vacunados del mundo pasarán a ser no vacunado. Con cada nueva pauta de vacunación quienes decidan no inocularse pasarán a ser individuos sin libertades, o en palabras de negocios dejarán de ser clientes potenciales. Se reducirá así mes con mes la cantidad de turistas internacionales que consideren nuestro país como destino. Los pequeños que sobrevivan esta temporada quizá no aguanten la siguiente temporada baja.
Señor Presidente, no conjeturaré aquí sobre sus motivaciones, pero le puedo asegurar que sean cuales sean no compensan el malestar de cientos de miles de ciudadanos afectados por su arrogancia.
Sólo una cosa más: usted y su equipo de los "los más preparados" tienen que hacer algo para que esta debacle económica acabe: ¡Dejen de hacer! ¡Tengan humildad y déjennos en paz!
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